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Sesión posterior al visionado

a. Claves cinematográficas

01. Los dos mundos de Ana: convivencia y oposición

Los viajes en autobús de Ana, retrato del choque entre realidades

Pie de foto: Los viajes en autobús de Ana, retrato del choque entre realidades.

La trama de ‘Las mujeres de verdad tienen curvas’ nos plantea el viaje hacia la madurez de su protagonista, Ana. Ella debe elegir entre cumplir con el futuro impuesto por la estructura de clase y origen, o luchar por construir su propia vida. Y en su madre, su antagonista, encuentra su mayor opositora. Este enfrentamiento se refleja ya desde la primera secuencia. Doña Carmen, en la cama, llorando y gritando de manera tragicómica con toda la familia alrededor a sus pies. Toda excepto Ana, quien se muestra ya cansada de sus intentos de llamar la atención, escéptica a los gimoteos de la gran diva familiar. Pero precisamente es a Ana a quien reclama... Y a los pajaritos enjaulados a quien más atención presta, símbolo de su protección extrema y miedo maternal a “dejarles volar”.

Patricia Cardoso nos presenta el conflicto de su protagonista de manera tridimensional. Ana debe luchar por su libertad individual enfrentándose a su madre por continuar con su educación, pero también luchará por reconocerse bella en un cuerpo que no sigue los cánones establecidos y por vivir su sexualidad de manera libre y responsable. Como sostiene Maciel (2002), “es la analogía de la crisis de identidad que llega a enfrentar la comunidad: la persona chicana se debe aceptar y querer tal como es; el chicano no es ni mexicano ni estadounidense, sino chicano, y debe aprender a vivir así, con las ventajas y desventajas que esto implica”. Por lo tanto, el dilema de Ana es algo más que un enfrentamiento familiar; es un enfrentamiento cultural, una ruptura con su propia comunidad.

Esta ruptura pasa obligatoriamente por desafiar a su madre, quien le reprocha e insulta constantemente por su aspecto físico. Ana no camina esbelta ni como una dama, según Doña Carmen, pero sus inseguridades no pasan por no entrar en una talla 36. ‘Las mujeres...’ no afirma que Ana es bella en el "interior". Ana ha aprendido a aceptarse y quererse a sí misma tal y como es; bella por dentro y por fuera.

Precisamente esta característica leja a la película de los clichés de otras producciones, donde el personaje que se reconoce bello por dentro pero no se acepta por fuera (ya sea por obeso o “feo”) finalmente sufre una transformación externa que lo vuelve estéticamente aceptable” (1).

Esta misma oposición generacional y cultural se hace patente en el taller de su hermana Estela. Como comentamos anteriormente, las costureras ven en Ana una niñata que pone en peligro su orden establecido. Ana las considera unas mujeres resignadas sin deseos ni ambiciones más allá del matrimonio y del trabajo precario que se ven obligadas a realizar. Sin embargo, las secuencias en el taller representan la solidaridad entre mujeres que hace que la comunidad prospere; sólo reconociendo que son diferentes a los demás (culturalmente hablando) y trabajando en conjunto serán capaces de desenvolverse en la sociedad que en ocasiones las rechaza. Como reseña Roger Ebert “sí, hace mucho calor ahí dentro. Sí, las horas son largas y la paga poca. Pero las mujeres son felices de tener trabajos y dinero, y porque se estiman mutuamente hay mucha alegría y complicidad”. En el momento en el que Ana comprende esto, aprende a valorar también esa comunidad de mujeres chicanas trabajadoras y soñadoras a la que ella también pertenece.

Frente a un futuro por escribir, Ana camina con la cabeza alta como le pidió su madre

Pie de foto: Frente a un futuro por escribir, Ana camina con la cabeza alta como le pidió su madre.

Sus compañeras, por el contrario, rompen por una vez con lo políticamente correcto, y se contagian de la fuerza de Ana en ese concurso improvisado de celulitis para defender su belleza y celebrarla.

En los otros dos obstáculos por afrontar, Ana descubrirá que no está sola. Son precisamente personajes masculinos los que la ayudan a superar las barreras maternas frente a la pérdida de su virginidad y el deseo ir a la universidad. Doña Carmen, aunque lucha por mantener todo bajo su dominio, no puede mantener por mucho más tiempo a su hija bajo su ala matriarcal. Ni a la familia reunida en torno a ella como en la primera secuencia. Sus llantos ya no le valen; ahora todos se reúnen en torno a Ana para apoyarla en su nueva vida. Como dice Rafael Arias Carrión en ‘El cine como espejo de lo social’, “una vez que Ana ha perdido la virginidad, ha comprendido la realidad de su hermana y de las mujeres de su comunidad, y se ha enfrentado a las imposiciones de su madre”, emprende el viaje real hasta la otra punta del país para caminar mirando al frente, erguida, segura de sí misma, como “una verdadera mujer” porque tiene todo un futuro por delante para vivir con libertad.

Notas a pie de página: